Resulta necesario asumir que el mundo se encuentra a las puertas de un nuevo escenario económico, en el que el proteccionismo primará
La reciente decisión anunciada por el Gobierno de EEUU de suspender temporalmente la imposición de aranceles a algunos productos europeos, entre los que destacan los agrícolas, ha sido recibida con un cierto alivio tanto en Bruselas como en nuestro país. Sin embargo, el clima de nerviosismo instalado en el seno del sector de la agricultura no cesa, conscientes como somos de que interpretar esta tregua como un fin de las hostilidades comerciales sería un error estratégico de calado.
La encrucijada arancelaria
Resulta necesario asumir que el mundo se encuentra a las puertas de un nuevo escenario económico global, en el que el proteccionismo primará frente a la dinámica a la que estábamos acostumbrados. Y en este punto, la agricultura española, pilar fundamental de nuestra economía y tejido social, se encuentra en una posición de particular vulnerabilidad.
Hace unas semanas, cuando los ecos de unos posibles aranceles de la administración Trump comenzaban a sonar, el Ministerio de Economía, Comercio y Empresa del gobierno español estimaba en una cifra próxima a los 3.800 millones de euros el capital de exportación agro con destino a Estados Unidos que podría verse en riesgo fruto de la medida. Hoy hablamos de una realidad que no solo es llamativa en términos macro, también amenaza a cientos de empresas y familias que llevan décadas trabajando para llevar un pedacito de nuestra tierra al resto del mundo.
Para visualizar la situación conviene mirar al pasado y, a la vez, entender de qué manera afectarían estos impuestos en el presente a la industria agroalimentaria nacional. Un arancel del 25%, como el aplicado en 2019 por el gobierno estadounidense a nuestros productos —en el anterior mandato del actual presidente— implicaría un daño drástico a la competitividad de las empresas españolas frente a otras que, por su ubicación, no estén sujetas a tasas o cuenten con unas menores. En la práctica, esto se traduciría en una importante pérdida de cuota de mercado, como la que experimentaron los exportadores de vino, aceite de oliva, aceituna o cítricos hace un lustro.
En aquella ocasión, los daños generados sobre el tejido exportador español ascendieron a unos 7.000 millones de euros. Por citar un ejemplo, solo el sector de la aceituna negra de mesa española, penalizado con un arancel del 35%, cosechó perdidas por valor de 280 millones de euros, tal y como informó en su momento la patronal Asemesa.
Un aspecto del que no se habla tanto, pero que inquieta y mucho al sector, es del posible efecto dominó derivado de los aranceles. Reducir exportaciones a un mercado tan demandante como el estadounidense puede llegar a provocar excedentes en el mercado interior, generando una dinámica de precios a la baja en origen que afectaría a la rentabilidad de toda la cadena de valor. Históricamente, hemos visto cómo barreras comerciales en otros sectores y países han tenido repercusiones sistémicas, obligando a reorientar flujos comerciales y a vender a precios inferiores en mercados alternativos.
Un aspecto del que no se habla tanto, pero que inquieta y mucho al sector, es del posible efecto dominó derivado de los aranceles
Ante este panorama, la complacencia no es una opción. Si bien la acción diplomática a nivel europeo resultará crucial para defender los intereses españoles y buscar soluciones negociadas y estables, las empresas agrícolas españolas deberán adoptar actitudes proactivas para minimizar daños y fortalecer su posición.
Una de las más importantes, es la apuesta por la diversificación de mercados. La dependencia excesiva de un único nicho, por importante que sea, es hoy un riesgo. Resultará necesario intensificar esfuerzos para abrir y consolidar mercados alternativos que emergen como actores de interés en el actual escenario. Asia, Canadá, Latinoamérica u otros países europeos pueden brindar oportunidades significativas, aunque la apuesta, seguramente, exigirá inversión en inteligencia de mercado, adaptación del producto a los gustos locales y un esfuerzo promocional sostenido que pueden impulsar organismos públicos como ICEX España Exportación e Inversiones.
De igual manera, se hace necesario cambiar parte de nuestra cultura productiva agrícola. Competir únicamente en precio será una batalla perdida frente a aranceles elevados. La clave puede residir en reforzar la apuesta por la calidad, la diferenciación y el valor añadido. Las Denominaciones de Origen Protegidas (DOP), por ejemplo, representan activos valiosísimos a explotar. Potenciar la agricultura ecológica, los productos gourmet, y la innovación ayudará a construir una demanda menos sensible al precio y más fiel a la marca España.
Competir únicamente en precio será una batalla perdida frente a aranceles elevados
En esta última cuestión, relativa a la innovación, conviene detenerse un momento. En un contexto de márgenes ajustados, la eficiencia operativa puede resultar decisiva. Invertir en tecnología agrícola no solo permite optimizar el uso de recursos como el agua o la energía, también fomenta un clima de colaboración empresarial que puede beneficiar al sector de forma indirecta. En este aspecto, la sostenibilidad, además de un valor creciente, puede convertirse en una fuente de ingresos fiable a largo plazo.
La agricultura española, por su naturaleza y calidad, tiene capacidad sobrada para sortear los desafíos y transformar la amenaza arancelaria en una oportunidad. No resultará sencillo, pero con una apuesta decidida y la colaboración público-privada puede ser una meta viable. La congelación temporal de los aranceles nos otorga un margen interesante para empezar a prepararnos. Porque si algo nos ha enseñado la historia es que las barreras comerciales son cíclicas, pero la capacidad de adaptación de un sector es lo que determina su supervivencia a largo plazo.
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